Texto escrito con motivo del día internacional del libro.
Por Rodrigo Estrada
Imagen: Rodrigo Estrada
Todos alguna vez hemos experimentado el amor; de una u otra forma lo hemos vivido: con nuestros padres, con nuestros amigos, con personas con las que decidimos compartir un cachito de nuestras vidas. Uno de mis primeros amores fueron unas cuantas páginas descuidadas, un forro blanco y una portada con un hombre de negro mirando al horizonte. El extranjero, para ser más preciso; un pequeño libro de no más de 150 páginas. Pero, ¿qué es el amor hacia la literatura?, ¿realmente puede uno enamorarse de un libro?, ¿qué se tiene que hacer para lograrlo?, ¿simplemente se hojean las páginas y el flechazo llega de la nada? Estas son preguntas que me hacía a temprana edad, cuando me obligaban a leer en la escuela. Pero sí, al final el amor a la literatura me llegó. Al final no pude huir de él como lo hacía en la secundaria.
Recuerdo que la primera vez que tuve un acercamiento a un libro, y hablo de un acercamiento real, no solo ojear Fue con Albert Camus. Quizá podría decir que fue mi primer gran amor en la literatura, el primero que me hizo querer leer más. Tenía 15 o 16 años, y por una recomendación de un profesor de la prepa, como conocí El Extranjero, libro que sin saberlo cambiaría mi forma de ver la vida y que incluso caería perfecto con lo que sentía y pensaba en aquellos días; ganas de no vivir. Desde ese primer párrafo, en donde dice “Hoy ha muerto mamá”, el libro captó mi atención por completo.
Ese fue mi primer amor en la literatura. En cambio, para Karla “Mimí” Rocha, compañera de la universidad, leer le ha producido sentimientos que solo a través de los libros y de las palabras ha logrado sentir. Ella comenzó a leer desde temprana edad, pero fue en su encuentro con Julio Verne, en Veinte mil leguas de viaje submarino, donde descubrió este amor, esta pasión y esa chispa que nadie ni nada la han hecho sentir tal y como lo hacen las palabras.
El poder discutir y dialogar sobre qué nos pareció tal o cual novela, sobre qué autor nos encantó y cuál no, es algo que parece maravilloso, porque me hace entender que ningún libro es mejor que otro, que no hay autores mejores que otros, y que a final de cuentas siempre hay un libro para cada persona. Por ejemplo, Martín Jiménez, un amigo de la prepa, fiel amante de los latinoamericanos y con quien discuto bastante sobre mi rechazo, quizá malinchista, a los autores latinos. Hace unos días, hablando sobre Pedro Páramo, él me confesó que no cree que exista ninguna otra forma que se le asemeje a la lectura y que refleje tantos sentimientos como lo hacen los libros, transportándonos a universos que los autores dibujan para nosotros.
Es algo que admiro de la literatura, que hay libros para todas las personas, y para todas las edades, hay historias para quienes prefieren la fantasía, y hay otras para los románticos como yo. Quizá jamás pueda enamorarme de Verne como lo hizo Mimí, o de Tolkien, como lo hizo el coordinador de mi carrera, Iván González, quien maravillado cuenta siempre sobre cómo el autor encajó en su vida a la perfección y cómo las mismas creencias o filosofías de sus obras dieron en el punto exacto, en el momento exacto, para poder enamorarlo.
Sé también que es probable que nadie llegue a comprender mi amor y terquedad con los libros de Milan Kundera, con La insoportable levedad del ser o con La inmortalidad. El sentimiento que tuve al leer a Camus lo reviví cuando comencé a leer a Kundera: fue un amor puro, sincero; me atrapó y solo años después pude soltarme, cuando terminé de leer todas sus obras.
Con La insoportable levedad del ser, primer libro que leí de él, comencé a leer sobre la idea de que solo existe una vida, que no hay forma de enmendarla, mucho menos de aprender para vidas futuras, y el último libro que leí de él, La vida está en otra parte, acabó justo diciéndome que muchas veces, queriendo vivir otras vidas, solemos dejar de vivir esta vida, alejándonos cada vez de ella, desperdiciándola, para darnos cuenta después de que precisamente la vida se ha ido, y ahora está en otra parte.
Con todo esto para nada pretendo obligar a las personas a leer, a amar a Kundera o a acercarse a Camus, solo pretendo lograr que si tienen tiempo, que si pueden dedicar al menos un par de horas a ojear un libro, cual sea, de quien sea, se animen a hacerlo; quizá logren enamorarse como yo lo hice.